martes, 22 de octubre de 2013

Actividad máxima solar – _ _ _ _

           
Caminaba sola. Quizás con gente a mi alrededor, pero sola. Ya era una costumbre muy rara, una naturalización inesperada. Era la eterna oportunidad que se desplegaba hacia el futuro sin medir las consecuencias. Mientras tanto un juego de sombras me perseguía en la ciudad. Brillaba de a ratos, me opacaba bastante y así, en ese, otro de los tantos ciclos, convivimos bastante.
En otro vaivén del tiempo, quedé totalmente aplastada por la lluvia, devastada. No podía salir de esa circularidad indigna que me envolvió en la más infinita tristeza. Todo era confuso, los días, la vida, las calles del centro. A la noche temblaba de miedo y una seguidilla de preguntabas rondaban en mis hemisferios, derecho e izquierdo y viceversa.
En esos momentos, en que uno pierde todo tipo de nociones, la lluvia inmensa se convirtió en cause. Por medio de las tecnologías empezamos a rondarnos, como los cangrejos cuando quieren aparearse. Él llegaba, yo lo esperaba, y una corriente de viento solar me partía en dos cada una de mis piernas y caía a un suelo que no era el típico. Esa ronda victoriosa, ese cortejo incaudicable, empezó a atravesar las sombras, la tristeza, los puentes rotos que me conectaban con la actividad. Una noche bailamos, hacía calor, era febrero. Estábamos rodeados de gente, que yo empezaba a reconocer porque tenían un rostro, también una pena, pero todos bailábamos y tomábamos cerveza, contentos de este telón.
            Me manejaba en un campo magnético que sacudía hacia todos los lados, girando siempre en torno a nuestros polos, que bien diversos, se empezaban a conjugar. Me devolvió una luz y yo le devolví un poema. Me levanté en un feriado, a mediados de marzo, con un impulso a las teclas que no podía controlar. Con una mezcla de vergüenza y osadía, escribí muchos versos. Le dije, de una manera preciosa, que  se encontraba en el inventario de las energías más potentes de la vida. Nada me podía detener hasta cerrar esas ideas que desplegaban gramática y sentido. Y ese fue tal vez, el punto de partida.
El rojo se ponía más denso, los demás colores, el azul. Pasaba el tiempo y las pasiones se desvanecían en actos y volvían a resurgir en sonidos y otras cosas. Las tormentas solares se hacían presentes. Las certezas eran cada vez más profundas. Las dudas también. El alma estallaba de actividad, se desmenuzaba en quinientas partecitas, volvía a reconstruirse y otra vez el círculo y las etapas bien raras.
            Al abrir las persianas todo supo ser más fácil. Ese amarillo incandescente, el surgir de la mañana, tras mañana, tras mañana. Los días con sus vueltas y los terribles cambios climáticos. Se produjo esa evolución estelar que me llamaba a tener demasiadas convicciones. Algunas tardes volábamos, nos escapamos cuarenta kilómetros en colectivo y caminábamos; otras noches nos veíamos involucrados en la mafia de Brando: la delicia de pernoctar.
            Él y sus manos me abrieron las puertas de la extrema fuerza de voluntad. Admiro esas extremidades cuando recrean la geometría descomunal. Su presencia se hace viva en lo que inventa con el paso de las horas; y yo resucito en cada línea y escribo cosas en una libreta, que surgen espontaneas, para no olvidarlas.
            Es en esa polaridad solar extraordinaria que fluyen nuestras energías. Sus rayos me siguen atrapando y fundiendo en esto que es tan misterioso como la muerte misma. Yo soy arbitrariamente otra desde que bailamos esa noche, en la que comencé por reconocer algunas caras. Él sabe ser esa luz fotosintética que todos necesitamos para crecer y transpirar, y a eso lo llamo el ciclo divino.   

* feliz cumpleaños a la persona más linda de este planeta lleno de agua y flotadores.