domingo, 2 de febrero de 2014

Monolito ////// /

Cuando hablamos de trabajar se nos figura la vida en cámara rápida. Los movimientos del despertar, la huida, la llegada y el día hasta que la cena se sirve. La gente que camina, trabaja. La gente que te choca, trabaja. La gente que sube y baja, que se sienta a comer en un banco puede estar estudiando, pero también trabaja. 
Cuatro años atrás escribí un cuento sobre un hombre grande canoso y jorobado. Parecía perdido. Siempre dormía en una plazoleta a dos cuadras de mi casa. Hace poco tuve un encuentro. A pesar de los fríos y las olas de calor y las alertas rojas y amarillas me lo crucé y estuvimos por segundos muy cerca. Pude escuchar que hablaba. Siempre está moviendo la boca, diciendo algo que nadie escucha. Ese día lo volví a captar. Por mi curiosidad al verlo vivo y por la tímida observación de la que no me puedo despegar. Los radares de mis ojos percibieron que estaba contando sobre su jubilación y su trabajo. Por su tono, venía discutiendo o mejor, aseverando que en su época cobraba tanto por trabajar. Siempre lleva consigo bolsas, sus cosas, tal vez documentos o trámites. En todo su autismo vagabundo me dí cuenta de que algo lo seguía sosteniendo. Camina por la ciudad y trabaja. Después vuelve al monolito y descansa hasta que el ruido de los adolescentes entrando a la escuela, su alarma, lo despierta.
Camina por la ciudad y trabaja.


*  parte de un compilado de textos acerca del trabajo como constitutivo de la identidad y como forma de lazo social .-  

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